miércoles, 7 de septiembre de 2011

fortaleza de fe por medio del espiritu santo


El espíritu santo fortalece la fe es de las más excelsas y preciosas entre todas las que puede practicar el cristiano. Él es Dios, es el Santificador. Él ha de alumbrarnos, vivificarnos, guiarnos, fortalecernos, abrasarnos con el fuego del amor divino. Él nos hace santos apóstoles.
1ª   Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad
2ª   Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.
3ª   Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.
4ª   Procurar de una manera excelente la gloria de Dios, trabajando cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.
5ª   Trabajar muy especialmente por el advenimiento del reinado de Dios en el mundo, por la acción del Espíritu vivificante.
6ª   Ser verdadera y prácticamente apóstol del Espíritu Santo
7ª   Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo, más íntima unión con Dios por medio del Santificador, mayor progreso en la oración mental, más consuelo y hasta alegría en la hora de la muerte, después de tan sublime apostolado.
Creo en la tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo ha sido llamado por algunos autores "el gran desconocido". Porque, realmente, sabemos que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, pero apenas sí lo tratamos.
Es preciso que nosotros, como cristianos, intentemos penetrar en el Misterio de Dios y sepamos agradecerle su ayuda amorosa y constante, debemos atenderlo en el fondo de nuestro corazón, y saber responderle con nuestro amor y nuestras obras a todas las inspiraciones y mociones que de él recibimos.
Hay una tradición en la antigüedad en la que se llama al Espíritu Santo "el Confortador". Y, realmente, en la práctica, ese nombre y otros muchos pueden aplicarse al Espíritu Santo.
Porque él nos conforta y nos consuela, nos da fortaleza para resistir la tentación. Nos ayuda y nos guía en el camino hacia Dios.
También la palabra Paráclito se refiere al Abogado, el que nos defiende ante los tribunales. Es quien puede rogar e interceder por nosotros. Quien nos defiende en la lucha contra el enemigo; quien nos inspira y nos enseña en el camino de la vida interior.
Pero realmente la palabra Paráclito significa "el amigo en la necesidad". Ya en los escritos de San Pablo vemos que no se limitaba a pensar que el Espíritu Santo ayudaría a defenderse ante los tribunales, sino que precisa: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables " (Rom 8, 26).
Es algo maravilloso ser conscientes de esto: el Espíritu ayuda a nuestra debilidad Si ayuda, ¿por qué no nos confiamos a él? Si ayuda, ¿por qué no le pedimos? Si ayuda, ¿por qué no descansamos en él, en vez de querer sacar fuerzas de nuestros medios humanos?
Los medios humanos no son despreciables, sino imprescindibles para todo. Pero tienen una medida, un peso, un contenido.
No podemos creernos superpotentes; no podemos creer que somos capaces de resolver y entender todo, lo divino y lo humano. No podemos pensar que la oración, el trato con Dios se realiza sólo a base de esfuerzo personal: es preciso ponerlo, ¡claro que sí!, pero conscientes de que, sin la ayuda del Espíritu Santo, nada podemos.
Y, si lo invocamos, si creemos en él y en su ayuda, tenemos que pensar en el Espíritu Santo que reza "en nosotros".
Es tan grande el misterio, que quizás nosotros sólo lo recordamos como algo extraordinario: las lenguas de fuego en el Cenáculo; los Apóstoles, entendiéndose en diversas lenguas; la frase evangélica en que se dice que no se preparen para defenderse, que ya el Espíritu pondrá palabras en sus labios...
Los 7 dones del Espíritu Santo son:
Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios
 el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la trascendencia y belleza de la verdad cristiana.
Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.
Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de salvación.
Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.
Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración a los mandamientos divinos, cuidando con creciente delicadez de no quebrantarlos lo más mínimo.

Todo esto fue así, y es real. Pero también es real que ahora tenemos la atención directa del Espíritu Santo.
Cuando nos confirmamos nosotros, o cuando asistimos a la ceremonia de una confirmación, el Don que allí recibe quien se confirma es el mismo que recibieron los apóstoles en el cenáculo, en Pentecostés. Aunque no se vea ni se note nada, ¡es, existe, vive! Y nosotros hemos de recibirlo creyendo, valorando lo que es tener al Espíritu Santo a nuestro lado.
Somos templos del Espíritu Santo, se nos dice al parecer, no nos enteramos. Y de esto debe deducirse nuestra dignidad de hijos de Dios, el respeto a nuestro cuerpo y al cuerpo de los demás, el valor inmenso de saber que no estamos solos.
Al Espíritu Santo debemos invocarlo, rezarle, creer en él de una forma real y auténtica. No quiere decir esto que nos olvidemos de lo que tenemos que hacer como personas y seres racionales.
Rezar es lo primero. Esperarlo todo de él, también. Estar seguros, por fe, de su ayuda, también. Y luego.... no tirarnos por un precipicio, fiados del Espíritu Santo, ni acometer una empresa para la que no estamos humanamente preparados; ni "tentar a Dios " o pecar de soberbia, esperando y exigiendo milagros.
Los milagros se dan, hoy como ayer. El Espíritu Santo actúa hoy, como ayer, aunque no oigamos "el viento impetuoso" ni veamos "lenguas de fuego".
Pero nuestra fe, firme y segura, debe ir creciendo a base de pedirla, porque es un Don de Dios; y a base de acogerla y desarrollarla, con amor 

1. FE
“Fe” se traduce del griego “pistis” que significa: Firme persuasión, convicción basada en lo oído
(Strong 4102); lo cual nos indica que este don produce una firme convicción y un pleno
reconocimiento de la verdad de Dios (1 Ti. 2:4; 2 Ts. 2:11-12), (Diccionario Vine)
La epístola a los Hebreos indica que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo
que no se ve (He. 11:1).  La fe tiene diversas facetas y como Don tiene distintas funciones, por
ejemplo, actúa para sanidad (Mt. 10:1), también es poderoso para activar el favor del Señor
hacia sus hijos (Lc. 7:47)
Adicionalmente, la fe es una puerta (Hch. 14:27), un fruto (Gá. 5:22-23), una ley (Ro. 3:27), un
escudo (Ef. 6:16), un espíritu (1 Co. 4:13), una coraza (1 Ts. 5:8), y un misterio (1 Ti. 3:9)
2. SANIDADES
“Sanidad” viene de la palabra griega “iama” que significa: Una sanidad (Strong 2386), Este don
es de “sanidades” y no solamente de “sanidad”.  La actividad de este don es una manifestación
maravillosa de sanidad.
Podríamos decir que, cuando Dios quiere operar sanidad en su pueblo, envía la unción de
sanidad para activar el don de sanidades en aquellos que lo tienen y así obrar en el pueblo. Las
características de este don son:
A. Viene del Espíritu Santo
El don no es inherente a la persona, cuando Jesús sanaba era porque salía podre de Él (Lc.
6:17-19). Aunque el Seór Cristo fue investido de poder de lo alto, no actuaba por sí mismo,
sino que actuaba en la voluntad del Padre.
B. Sana poderosamente
Un día el Señor estaba enseñando y en Él estaba activo el don de sanidades (Lc. 5:17-18),
por lo que sanó al paralítico.
www.escuelasbiblicas.org Escuelas Bíblicas
C. Se tiene la certeza que Dios sanará
Cuando Dios usa a una persona por medio del Don de Sanidades, ésta persona tiene la
certeza de que Dios va a sanar, por ejemplo, cuando el apóstol Pablo estaba en Listra
(Hch. 14:8-11), fue usado por el Espíritu Santo para sanar a un cojo de nacimiento.
3. MILAGROS
El término “milagro” de 1 Corintios 12:10,  se traduce de la palabra griega “dunamis” que quiere
decir: Poder, capacidad inherente. Se usa de obras de origen y carácter sobrenatural, que no
podrían ser producidas por agentes y medios naturales (Strong 1411).
El cristiano que tiene el don de milagros, tiene la capacidad de hacer obras sobrenaturales por
medio del poder del Espíritu Santo. Los milagros que Dios hace por medio de ellos, son realizados
con propósitos específicos, por ejemplo:
A. Mostrar el poder de Dios, Jn. 9:1-3
B. Confirmar la fe de los discípulos, Jn. 20:30-31
C. Confirmar la Palabra de Dios
Dios envía milagros para confirmar la Palabra que ha sido predicada por los ministros, a fin
de que nuestra confianza esté puesta en Dios (1 Co. 2:4-5)
A lo largo del ministerio de nuestro Señor Jesucristo en la tierra, vemos que hizo milagros que
confirmaban la Palabra que Él enseñaba; sin embargo, en algunos casos no pudo hacer
muchos milagros a causa de la incredulidad de la gente (Mr. 6:5-6), lo que significa que la
operación de milagros puede ser una consecuencia de la fe que tenga la persona.
l don de fe se manifiesta para hacer la obra del Señor, el don de sanidades opera salud física y
el don de milagros se manifiesta operando aún contra las leyes naturales. El apóstol Pablo nos
exhorta a que deseemos ardientemente los dones, sin olvidar que éstos se manifiestan para Enuestro provecho y que es el Espíritu Santo el encargado de repartirlos como Él quiere
La Confirmación
En el Bautismo, los padres son los que deciden por nosotros. Pero en la Confirmación, nosotros somos los que confirmamos esa fe que se nos dio el día del Bautismo.


¿Qué le pasa al mundo?

Hoy en día vivimos en un mundo en que hace falta gente comprometida. Muchos creemos en Dios y tenemos fe, pero vivimos como si no la tuviéramos. No damos testimonio de Cristo. Este testimonio debe ser no sólo de palabra sino de obras.

Para convencer, hay que ser cristianos convencidos y aprovechar la ayuda del Espíritu Santo.

La Iglesia nos enseña


El Sacramento de la Confirmación es una acción especial del Espíritu Santo, por el cual una persona que ha sido bautizada, recibe el regalo de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Aunque en el Bautismo se recibe el Espíritu Santo y en todos los sacramentos actúa de una u otra manera, por el Sacramento de la Confirmación se reciben en plenitud sus dones.


La Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo.

El Bautismo se nos da para lograr la salvación personal, pero la Confirmación busca también un compromiso del cristiano que es enviado a una misión especial y con una gran responsabilidad de defender la fe, llevarla a los demás a través del apostolado y ser testigo de Jesucristo con la palabra y el ejemplo.

La Confirmación fortalece en nosotros las virtudes de la fe, esperanza y caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo. Estos dones fortalecidos nos ayudan para cumplir nuestra responsabilidad de apóstoles y defensores de la fe.


¿Qué pasa cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación?

Al recibir la Confirmación nos convertimos en verdaderos soldados de Cristo, siempre dispuestos a luchar de palabra y obra por nuestra fe.
¿Cuándo instituyó Cristo este sacramento?

De acuerdo al mandato de Jesús, los apóstoles bautizaban a las personas que aceptaban la fe y después la confirmaban.

¿Qué efectos tiene en nosotros la Confirmación?

Al recibir este sacramento:
• Recibimos la fuerza del Espíritu Santo para comprometernos mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con nuestras palabras y acciones.
•Se fortalecen en nosotros los regalos de la fe, las esperanza y la caridad, así como los dones del Espíritu Santo que recibimos el día de nuestro bautizo. Estos regalos fortalecidos nos ayudarán a difundir y defender nuestra fe como auténticos soldados de Cristo.
• Nos unimos más íntimamente a Cristo y a la Iglesia.
• Se completa nuestra condición de hijos de Dios, ya que perfecciona la gracia que recibimos en el Bautismo.
• Recibimos un sello del Espíritu Santo que impone sobre nosotros un carácter. Esta es la razón de por qué se recibe una sola vez en la vida.

¿Quién puede recibir la confirmación?

Toda persona que haya sido bautizada puede y debe recibir la Confirmación. Para recibir la Confirmación, hay que estar en estado de gracia (confesado), tener la intención de recibir el sacramento y prepararse para cumplir con el compromiso que éste implica.

También, se recomienda buscar la ayuda espiritual de un padrino(a) que nos guíe en el compromiso.
¿Quién administra el Sacramento de la Confirmación?

Los obispos son los sucesores de los apóstoles que estuvieron presentes el día de Pentecostés. Por lo tanto, es el obispo el ministro de la confirmación.

En una situación especial, el obispo puede autorizar a un sacerdote a administrar el Sacramento.

¿Qué se utiliza?

El obispo extiende sus manos sobre el confirmado como símbolo del don del Espíritu Santo a quien invoca para que descienda sobre el cristiano.

Después, el obispo unge la frente con el santo crisma, que es aceite de oliva perfumado bendecido por el obispo el jueves santo. Este es un signo de consagración que simboliza el sello del Espíritu Santo que marca la pertenencia total a Cristo, a cuyo servicio quedamos desde ese momento y para siempre. 

La imposición de las manos y la unción con el crisma constituyen la materia del Sacramento de la Confirmación.

¿Qué palabras se repiten?

En el Antiguo Testamento, a los reyes o guerreros que tenían una misión especial, se les ungía con aceite para darles la fuerza que necesitaban para cumplir su misión.

En el Sacramento de la Confirmación, durante la unción, el obispo repite la forma del sacramento: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo".
¿Por qué se dice que el Espíritu Santo es nuestro aliado?

Porque es el que nos va a ayudar a llevar a cabo nuestra misión como hijos de Dios. Pero el Espíritu Santo no podrá actuar ni transformarnos como lo hizo con los apóstoles si nosotros no se lo permitimos. 

Al recibir este Sacramento recibimos la gracia y la fuerza necesaria para responder como auténticos hijos de Dios y testigos de Cristo. Depende de nosotros aprovechar esa gracia tomando conciencia de los dones que recibimos y los compromisos que adquirimos. Así como los discípulos recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés y salieron a proclamar la buena Noticia de Jesús, los confirmados reciben el Espíritu Santo para poder testimoniar, difundir y defender la fe por medio de la palabra y de las obras, como auténticos testigos de Cristo.

La ceremonia del Sacramento de la Confirmación es muy sencilla, pero el valor que tiene es muy grande. Cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés, encontró un grupo de apóstoles débiles, que no sabían cómo cumplir con la misión que Jesús les había encomendado de llevar el Evangelio a todo el mundo y bautizar a todas las naciones, pero su acción logró una transformación total e inmediata. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tan sólo ese día se bautizaron más de tres mil personas.

¿Cuáles son los dones del Espíritu Santo?

Los dones del Espíritu Santo son siete y son regalos especiales que nos ha hecho Dios para comprender las cosas divinas y cumplir mejor su voluntad.
Estos son:
1. Santo Temor de Dios: Este don es un santo temor de ofender a Dios porque es nuestro Padre que nos ama y nosotros también lo amamos. Este don brinda a nuestra alma la docilidad para apartarnos del pecado por temor de ofender a Dios que es el supremos bien.

2. Piedad: Este don es un gran regalo que Dios brinda a nuestra alma. Gracias a él, podemos amar a Dios como Padre y a todos los hombres como verdaderos hermanos.

3. Ciencia: Por medio de este don, nuestra inteligencia puede juzgar recta y sobrenaturalmente las cosas creadas de acuerdo a un fin sobrenatural. Podemos ver la mano de Dios en la Creación.

4. Sabiduría: Es el don de los grandes santos, es el más excelente de todos los dones, ya que nos permite entender, saborear y vivir las cosas divinas.

5. Fortaleza: Este don fortalece el alma para vivir heroicamente las virtudes, brindándonos una invencible confianza para superar los peligros o dificultades con los que nos encontremos en la lucha contra el pecado, en nuestro camino al Cielo y en la búsqueda de la santidad.

6. Consejo: Este don nos permite intuir rectamente lo que debemos hacer o dejar de hacer en una circunstancia determinada de nuestra vida.

7. Entendimiento: Este don permite entender las verdades reveladas por Dios y las verdades naturales comprendiéndolas a la luz de la salvación.

Cuida el tesoro de tu fe


Algunas personas podrán decirte que eso del Espíritu Santo es "puro cuento". Recuerda que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y si nosotros se lo permitimos actúa en nosotros y puede hacer maravillas. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestro corazón para dejarlo actuar. 

Y si queremos ser verdaderos testigos de Cristo, no dejemos que nuestros hijos dejen de recibir el Sacramento de la Confirmación, que los transforma en soldados defensores de la fe católica.


A ponerle ritmo.

• Preguntar al grupo qué argumentos darían a una persona que no cree en el Sacramento de la Confirmación, cómo la convencerían. Anotar en el pizarrón.
• Dividir al grupo en siete pequeños equipos para que cada uno explique uno de los dones del Espíritu Santo y ponga un ejemplo.
• Preguntar al grupo si considera importante que las personas se preparen para hacer la confirmación y que todos digan por qué.

Algo que no debes olvidar

• La Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo.
• El Sacramento de la Confirmación nos compromete a ser testigos de Cristo con nuestras palabras y con nuestras acciones.
• La Confirmación fortalece en nosotros las virtudes de la fe, esperanza y caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo.
• Los siete dones del Espíritu Santo son: Temor de Dios, Piedad, Ciencia, Sabiduría, Fortaleza, Consejo y Entendimiento.
• Hay que aprovechar la gracia que nos brinda la Confirmación para cumplir con nuestra misión en la vida y dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros

I. ¿A QUE SE REFIERE LA FE COMO FRUTO?

A. Tomemos en cuenta que los frutos se relacionan con el carácter del cristiano.

B. Los frutos fortifican nuestra forma de ser.

C. La fe como fruto significa: "FIDELIDAD" Para entenderlo hay que relacionarlo con el termino que los abogados utilizan cuando dicen: "DOY FE" que fulano de tal, es una persona de confianza. Esto implica que el abogado al dar fe esta confirmando que la persona es de fiar, es fiel, o confiable.

D.
 De lo anterior podemos resumir que el fruto de la fe es la virtud por medio de la cual el Espíritu Santo nos ayuda a ser fieles y confiables.

E. 
Es una bendición saber que en medio de nuestras limitantes y defectos hay alguien llamado ESPÍRITU SANTO que esta para fortificar nuestro carácter.

F.
 No tenemos excusa para decir "NO PUEDO SER FIEL" porque hay un fruto que nos ayudará a serlo.


II. ¿CÓMO DISFRUTAR DE ESTE FRUTO?.

A. Teniendo COMUNIÓN con el Espíritu Santo.

B. 
Reconociendo que lo necesitamos.

C.
 Pidiéndolo al Espíritu Santo.

D. 
Siendo cuidadosos en nuestra forma de ser.


CONCLUSIÓN:

EN EL ESPÍRITU SANTO LO TENEMOS TODO.
1 Corintios 12:1
El apóstol Pablo escribió a los Corintios, "En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes." (1 Corintios 12:1). Yo creo que esto también se refiere a nosotros: No debemos permanecer ignorantes de la naturaleza y propósito de los dones espirituales. Por lo tanto este mensaje final de nuestra serie acerca del Espíritu Santo tratará este tema. En lugar de abarcar mucho a lo largo de 1 Corintios 12, 13 y 14 (la sección principal que trata de los dones espirituales), quisiera enfocarme en varios textos más pequeños de manera que podamos escudriñar mejor sus enseñanzas.
 Los dones del Espíritu Santo
«El hombre justo, que ya vive la vida de la gracia y opera por las correspondientes virtudes –como el alma por sus potencias- tiene necesidad además de los siete dones del Espíritu Santo. Gracias a ellos el alma se dispone y fortalece para seguir más fácil y prontamente las inspiraciones divinas»[35].
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales que disponen a la inteligencia y a la voluntad para recibir las inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo. Permiten al hombre realizar los actos de todas las virtudes no solo según la deliberación de su razón, sino bajo la influencia directa, inmediata y personal del Espíritu Santo, que es así el impulsor, el guía y la medida de las acciones de los hijos de Dios, a fin de que vivan como otros Cristos en el mundo[36].
Para llegar a Dios, no basta con las virtudes. «Por muy fuerte, puro y vibrante que sea nuestro amor, frente al de Dios, el nuestro tiene una limitación que debe ser superada. El que las virtudes conformadas por la caridad encuentren su plenitud en el don reside en el hecho de que el único amor capaz de Dios es el amor divino, solo Dios tiene la bondad requerida para llegar a Él mismo. Por buenos que seamos, nunca podemos serlo suficientemente, y al fin alcanzamos la felicidad, fundamentalmente, no por nuestra propia actividad, sino gracias al Espíritu»[37].
Los actos realizados bajo la influencia de los dones son los más humanos, los más libres, los más personales, y, a la vez, los más divinos, los más meritorios. La iniciativa es de Dios; pero el cristiano, por su parte, tiene que consentir libremente a la acción divina. Del mismo modo que las virtudes morales, al “racionalizar” los afectos sensibles, potencian la libertad, los dones del Espíritu Santo divinizan y hacen más libres todas las facultades operativas de la persona.
Para vivir como hijo de Dios, el hombre necesita la guía continua del Espíritu Santo y los dones lo disponen a seguir esa guía. Son luces, inspiraciones e impulsos que lo capacitan para obrar de modo connatural con Dios. Por medio de los dones, Dios le comunica su modo de pensar, de amar y de obrar, en la medida en que es posible a una criatura[38]. Los dones son necesarios para que el cristiano pueda “conformarse” a Cristo, vivir como “otro Cristo”, pensar como Él, tener sus mismos sentimientos y realizar así su misión en esta tierra, que es continuar la misión de Cristo.
En la persona existe un instinctus rationis que funda y contiene en unidad las inclinaciones naturales al bien, a la verdad, a la vida en sociedad, etc., que la inclina a sus operaciones propias, por las que se dirige a la perfección. Este instinto se desarrolla por las virtudes adquiridas, que, como hemos visto, proporcionan al hombre una cierta connaturalidad con el bien. Santo Tomás, siguiendo a algunos Padres, habla también de un instinctus Spiritus Sancti o gratiae, un instinto espiritual divino: el conjunto de las virtudes teologales y los dones, que dispone a la persona a corresponder a la acción del Espíritu Santo[39]. Las virtudes infusas y los dones proporcionan al hombre una más perfecta instintividad o connaturalidad con lo divino para conocer y obrar el bien: lo conforma con el pensamiento y la voluntad de Cristo, y hace que le sea connatural pensar, sentir y obrar como hijo de Dios[40]. Esta connaturalidad afectiva halla su realización suprema en el don de sabiduría.
Los dones tienen una íntima relación con la vocación personal. Todo hombre está llamado a ser otro Cristo, a la santidad. Pero cada uno es distinto, y cada uno ha de vivir su vocación a la santidad -recorriendo el Camino, que es Cristo-, según el plan concreto que Dios desea para él. El Espíritu Santo, por su influencia a través de los dones, lleva a cada persona a identificarse con Cristo según su vocación específica, y le comunica la gracia y los carismas oportunos para realizarla. En este diálogo entre Dios y el hombre, desempeñan un papel muy importante los que ejercen la dirección espiritual, que deben ser fieles instrumentos del Espíritu Santo.
La Sagrada Escritura habla de siete dones: «Descansará sobre él, el Espíritu del Señor: Espíritu de sabiduría e inteligencia; Espíritu de consejo y fortaleza; Espíritu de ciencia y piedad, y le llenará el Espíritu de temor de Dios» (Is 11, 2-3). En la biblia hebrea, la enumeración consta de seis espíritus; el número de siete proviene de la versión de los Setenta, en la que se tradujo por dos vocablos griegos diferentes -“piedad” y “temor de Dios”- la palabra hebrea “yirah”, repetida dos veces. Los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales utilizaban los Setenta y la Vulgata, por lo que se hizo tradicional el número siete y la Iglesia lo ha homologado en su magisterio ordinario[41]. «Se puede decir –afirma Juan Pablo II- que el desdoblamiento del temor y de la piedad, cercano a la tradición bíblica sobre las virtudes de los grandes personajes del Antiguo Testamento, en la tradición teológica, litúrgica y catequética cristiana se convierte en una relectura más plena de la profecía, aplicada al Mesías, y en un enriquecimiento de su sentido literal»[42]

Los Dones Espirituales Fortalecen la Fe de los Demás
Cuando leemos el Nuevo Testamento, el primer lugar que encontramos donde se hace referencia al término “don espiritual” es en Romanos 1:11, 12. Analicemos juntos este texto. Al escribir a la iglesia de Roma, Pablo dice, "Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis fortalecidos; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía." La traducción podría darnos a entender que dijo “que yo os imparta algún don espiritual” y esto podría resultar confuso ya que pareciera que Pablo quiere ayudar dándoles uno de sus propios dones. “Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis fortalecidos."
Lo primero y lo más obvio que aprendemos de este texto es que los dones espirituales son para fortalecer a los demás. Esto, por supuesto no implica que aquel que posea un don espiritual no pueda regocijarse a causa del mismo (en un momento veremos la diferencia). Pero sí sugiere que los dones nos han sido dados para transmitirlos. No nos han sido dados para guardarlos. "Anhelo impartiros algún don espiritual a fin de que seáis fortalecidos." ¿Qué quiere decir esto? No significa fortalecer el cuerpo, sino se refiere a ser fortalecidos en la fe. Fortalecer también se encuentra en 1 Tesalonicenses 3:2, donde Pablo dice
“y enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, para fortaleceros y alentaros respecto a vuestra fe a fin de que nadie se inquiete por causa de estas aflicciones”
Fortalecer a alguien a través de un don espiritual significa que su fe no naufragará tan fácilmente cuando tenga que enfrentarse a problemas en su vida. Tenemos dones espirituales para ayudar a otras personas a que mantengan su fe y se mantengan firmes frente a las tormentas de la vida. Si hay alguien cercano a usted cuya fe se encuentre amenazada de alguna manera, piense si usted posee un don espiritual adecuado para darle fortaleza.
Conocer Nuestros Dones con el Anhelo de Fortalecer a los Demás
Considero que sería adecuado decir también que este texto no implica que debamos esforzar nuestra mente para darle un nombre a nuestro don antes de usarlo. Es decir, no se preocupe si usted tiene el don de la profecía, de la enseñanza, sabiduría, ciencia, sanación, milagros, misericordia, administración, etc. para poder decir "Ese es el mío." Lo que deberíamos pensar es que la razón para la que tenemos dones espirituales es para que podamos fortalecer la fe de los demás y si aquí hay una persona cuya fe está en riesgo, ¿cómo puedo ayudarla? Entonces haga o diga lo que usted considera que será de más ayuda, y si esto resulta provechoso para la persona, entonces usted ha descubierto uno de sus dones. Si usted le advirtió acerca de las consecuencias de su comportamiento y la persona se arrepintió, entonces quizás usted posea el don de la "advertencia." Si al caminar con una persona usted le dijo que comprendía lo que le estaba sucediendo y levantó su ánimo, entonces quizás tenga el don de la "empatía”. Si usted dio albergue en su hogar a personas recién llegadas o a quienes sufrían de soledad, entonces quizás tenga el donde la “hospitalidad." No debemos preocuparnos por ponerles nombre a nuestros dones. Lo que sí debemos considerar es si “estamos haciendo todo lo posible por fortalecer la fe de las personas que nos rodean.”
Yo pienso que el problema realmente no consiste en desconocer nuestros dones espirituales. Más bien el problema básico es no tener mucha voluntad para fortalecer la fe de los demás. La naturaleza humana se inclina más hacia la destrucción que a la edificación. El camino más fácil es refunfuñar, criticar y murmurar y habrá muchos que sigan este camino. Pero el camino que conduce a la edificación y al fortalecimiento de la fe es el que está plagado de obstáculos y tiene la puerta angosta. Entonces, el problema básico será convertirse en el tipo de persona que al abrir los ojos por la mañana, agradece a Dios por nuestra salvación y luego dice "Señor, cómo quisiera poder fortalecer la fe de los demás el día de hoy. Permíteme que al final de este día alguien tenga más fe en tus promesas y se regocije más en tu gracia porque me pusiste en su camino." El motivo por el cual digo que convertirse en este tipo de persona es mucho más básico que averiguar el tipo de don espiritual que tenemos es porque al convertirse en este tipo de persona el Espíritu Santo no permitirá que ese anhelo quede en vano. Él le ayudará a encontrar la forma de fortalecer la fe de otros y así será como usted descubra sus dones. Entonces dediquémonos a convertirnos en la clase de personas que anhelan cada vez más fortalecer la fe de los demás.
La Fe Forjada por el Espíritu Exhorta a la Fe de los Demás
Ahora bien, en Romanos 1:12, Pablo reestructura el versículo 11 utilizando otras palabras: Quiero impartiros algún don espiritual: “Es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía”. Aquí Pablo hace dos cosas. Primero utiliza la táctica de decir “con mucho gusto”. ¿Recuerdan ustedes mi sermón acerca del hedonismo y la humildad? Mi argumento fue que decir “con mucho gusto” después de hacerle un favor a otro es una expresión de humildad. Es como decir “no es para tanto que yo haya hecho un sacrificio, sólo hago lo que me gusta hacer." Cuando Pablo lee de nuevo Romanos 1:11, probablemente dice "mmm, eso puede sonar un tanto presuntuoso como que si yo fuera un gran mártir haciendo algo por el bienestar de ellos, cuando en realidad lo que yo deseo es que ellos me exhorten a mí.” Entonces cuando reestructura el versículo 11 en el versículo 12, agrega que también él y no solamente ellos recibirán ayuda cuando se reúnan. Eso es lo primero que hace. Lo segundo es mostrarles que les fortalecerá la fe a través de su don espiritual de la fe (versículo 11). En el versículo 11, él fortalece la fe de los demás a través de su don espiritual. En el versículo 12, él exhorta a través de su fe. Mi conclusión a través de estas comparaciones es la siguiente: un don espiritual es una expresión de fe que tiene como meta el fortalecimiento de la fe. Se activa por medio de nuestra fe y busca estimular la fe en el otro. Otra forma de definirlo sería: Un don espiritual es una habilidad que nos da el Espíritu Santo para expresar nuestra fe de una forma eficaz (de palabra o de obra) para fortalecer la fe de otra persona.
Para mí es útil pensar acerca de los dones espirituales de esta manera ya que evita hacer comparaciones con las habilidades naturales. Muchas personas no creyentes tienen, grandes habilidades para la enseñanza y la administración, por ejemplo. Y Dios es quien nos da estas habilidades, lo reconozca o no la gente. Pero no se les puede llamar “dones espirituales” de enseñanza o administración porque no son expresiones de fe y no van dirigidas a fortalecer la fe. Nuestra fe en las promesas de Dios es el canal a través del cual fluye el Espíritu para fortalecer la fe de los demás. (Gálatas 3:5) Por lo tanto, no importa qué habilidades poseamos, si no confiamos en Dios y no tienen como objetivo ayudar a que otros confíen en Él, entonces nuestra habilidad no es un “don espiritual.” No es "espiritual" porque el Espíritu Santo no fluye a través de él transmitiéndose de fe a fe.
Esto tiene enormes implicaciones en cuanto a escoger a quienes trabajan en la iglesia, los representantes de la misma y los miembros del consejo. Quiere decir que nunca debemos simplemente preguntar, "¿quién tiene la habilidad para ser eficiente?" Siempre iremos más allá y preguntar, "¿utiliza esta persona sus habilidades de manera que se pueda decir que son expresión de una firme confianza en el Señor? y, ¿ejerce sus habilidades para fortalecer la fe y el regocijo de los demás?" Una iglesia en donde mora y es poderoso el Espíritu Santo será una iglesia muy sensible a la diferencia entre las habilidades naturales y los dones espirituales.
El Espíritu utiliza cualquier Virtud para Fortalecer la Fe
Vamos a Romanos 12:3–8, que es una unidad que trata más profundamente los dones espirituales aunque sólo les llame dones:
“Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría. (vv. 3, 6–8)
Solamente voy a llamar su atención con respecto a dos cosas. Primero, considero que este texto confirma el punto anterior que nos indica no esforzarnos en etiquetar nuestros dones. Los dones espirituales no se limitan o definen como un grupo de actividades definidas en el Nuevo Testamento. Más bien, los dones espirituales se refieren a cualquier habilidad que el Espíritu le otorga a cada uno para que exprese su fe de manera que pueda fortalecer a otra persona. Observemos los últimos cuatro dones mencionados en el versículo 8: "exhortar" (o confortar, alentar—es la misma palabra que se usa en 1:12), "dar" (o compartir), "dirigir" (podría significar "presidir") y "mostrar actos de misericordia." Lo notable de éstos (con la posible excepción de "presidir") es que todos los creyentes tienen el llamado a estos dones: exhortar, dar, ser misericordiosos. Entonces el “don” consiste en que el Espíritu capacita más a algunas personas que a otras para ejercer esos dones ya sea con más fuerza, más eficacia y mayor frecuencia. Entonces, cualquier virtud en la vida del creyente que le ha sido dada para hacerla con entusiasmo y beneficio para los demás, esa virtud será su don.
Otorgados en Diferente Medida
Lo segundo que me gustaría señalar de este texto es que tanto los dones que poseemos como nuestra fe, nos los da Dios en diferente medida. La razón por la cual Pablo nos enseña esta verdad es para ayudarnos a pensar con mesura sobre nosotros mismos y para que no se nos suban a la cabeza. Las personas dotadas siempre corren el riesgo de la soberbia – este fue un problema serio para los Corintios (y quizás también en Roma). Por lo tanto Pablo revela una profunda verdad cuya intención es eliminar la jactancia y la soberbia, la cual consiste en poner toda la confianza en sí mismos. En el versículo 6 dice que tenemos dones que difieren de acuerdo a la gracia que se nos ha concedido. En otras palabras, cualquier habilidad que nos distinga de los demás nos ha sido dada por gracia, es decir, la recibimos gratuitamente y no porque la hayamos ganado o merecido. Por lo tanto, no hay de que jactarse.
Pero alguien podría decir, "Bien, no puedo jactarme del don que poseo, pero sí puedo jactarme porque uso ese don con mucha dedicación." Eso como la persona que dijera, "No puedo jactarme de haber nacido en América, pero si puedo jactarme porque usando mi libertad me hice productivo y rico." Ambos argumentos son erróneos. Moisés dijo a Israel en Deuteronomio 8:17, “No sea que digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza." (Y por cierto, tendremos que entregar cuentas si con ese don ayudamos a otros o si sólo lo hemos utilizado para llenar nuestra vida de lujos.) Y de forma similar Pablo dice aquí en Romanos 12:3, “Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.”
Por lo tanto, no se trata sólo del don sino también de la medida de la fe por la cual vamos a ejercer ese don, la cual también nos es otorgada como don de Dios. Y Dios nos ha hecho esta revelación, no para disminuir nuestra hambre y ansia de tener más fe, sino para hacernos humildes y que confiemos en Él para todo. Todo es obra de Dios “Para que nadie se jacte delante de Dios. Para que, tal como está escrito: EL QUE SE GLORIA, QUE SE GLORÍE EN EL SEÑOR.” (1 Corintios 1:29, 31)
Pocas cosas ahogan nuestra soberbia y nos mantienen sobrios y humildes como tomar conciencia de que el Espíritu de Dios es soberano absoluto y nos otorga tanto los bienes como la fe para utilizarlos con quien Él lo desee, al grado que lo desee, para edificación de su cuerpo. La iglesia debería ser la hermandad más feliz y más humilde sobre la tierra.
A cada quien se le otorga un Don
Y ahora, finalmente, veamos 1 Pedro 4:10, 11, este es uno de mis textos favoritos y quisiera hacer cuatro observaciones breves sobre los dones espirituales en base a estos dos versículos. Leámoslos.
“Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos.”
Primero, observemos que “cada uno ha recibido un don." Los dones no son para unos cuantos sino para todos y cada creyente tiene habilidades que le han sido dadas por el Espíritu Santo y puede usarlas para fortalecer a otros. Y el descubrimiento de esas habilidades y entregarse a los demás por medio de estos dones nos da la máxima felicidad en la vida. Y si realmente usted desea ser instrumento de Dios para hacer brotar la fe y la felicidad en otra gente, entonces los encontrará. Recordemos que ese es el problema fundamental.
Administradores del Tesoro de la Gracia
Segundo, la imagen que tenemos en el versículo 10 es el de una casa que tiene varios administradores talentosos a quienes el dueño les dio su dinero para que lo administren. La casa es la iglesia, los administradores somos todos, los varios talentos son los diferentes dones, la gracia es el dinero de Dios y la administración es el ejercicio de nuestros dones. La parte más impresionante de esta comparación es la analogía entre el dinero del dueño y la gracia de Dios. La Gracia es la moneda que se usa en la casa de Dios. Hemos sido llamados para administrar el tesoro de la gracia. Tenemos una junta de administradores en la Conferencia Bautista de Minnesota y a ellos se les ha dado la responsabilidad de recibir y distribuir miles de dólares para la casa llamada Conferencia Bautista de Minnesota. De igual forma todos nosotros deberíamos considerar que así es nuestra responsabilidad en la iglesia. Somos receptores de la gracia y es nuestra responsabilidad distribuir esta gracia entre los demás. El medio que vamos a utilizar para distribuirla es nuestro don espiritual. Entonces, aquí tenemos otra definición para los dones espirituales; son las habilidades por las cuales recibimos la gracia de Dios y la distribuimos entre los demás. Coincide de una manera hermosa con nuestra definición anterior de que los dones espirituales son habilidades otorgadas por el Espíritu las cuales expresan nuestra fe y tienen como objetivo fortalecer la fe de los demás. Ambas se complementan porque fe es lo que el dueño de la casa quiere de sus administradores y la gracia es el único dinero que puede comprar la fe. O, para cambiar la imagen, la fe se alimenta de la gracia y se fortalece con la gracia. Dios nos da su gracia en Jesucristo y todas las promesas que son “sí” en Él y nuestra respuesta es la fe; entonces nosotros, en el ejercicio de nuestros dones espirituales, distribuimos esa gracia entre los demás alimentando su fe. La Gracia que es gratuita y preciosa fortalece nuestro corazón en la fe (Hebreos 13:9) “No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas, porque buena cosa es para el corazón el ser fortalecido con la gracia, no con alimentos, de los que no recibieron beneficio los que de ellos se ocupaban.” Por lo tanto, lo que debería suceder en la Iglesia Bautista de Belén, es que todos los administradores de Dios deberían tener un despertar hacia más y más gracia de Dios en Jesucristo, y encontrar más y más formas para distribuirse mutuamente la gracia y darla a los de afuera a través del uso de sus dones espirituales. O bien, ¡que el Espíritu permita que haya transacciones usando la moneda de la gracia en la Iglesia Bautista de Belén!
Los Dones Orientados a la Palabra y los Dones Orientados a las Acciones
La tercera observación de 1 Pedro 4:11 es que la gracia puede ser distribuida a través de los dones que se orientan hacia las palabras o a través de los dones que se orientan hacia la acción: “El que habla, (permítanle que hable) conforme a las palabras de Dios” Si usted tienen un don relacionado con hablar, no se fíe de su propio instinto, más bien pídale a Dios que hable a través de usted. Impartimos la gracia a quien escuche sólo si lo que entregamos es la palabra de Dios. Puede que no se trate de hacer citas textuales de las escrituras, pero sí de palabras que brotan y son guiadas por Dios, de manera que la atención se dirija hacia Él y no hacia nosotros. Nuestra meta es fortalecer la fe y Él es quien de manera fidedigna nos da esperanza infinita, no lo hacemos nosotros.
Luego dice “el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da”, entonces, si su don involucra acciones prácticas de servicio, no trate de llevarlas a cabo confiando en sus propias fuerzas. Si lo hace así, su don dejará de ser un "don espiritual." El don deberá provenir de la fe y la gracia para que sea "don espiritual." Cuando hablamos con las palabras de Dios y actuamos a través de la fortaleza que Dios nos da, entonces la gracia será distribuida hacia otras personas a través del don de la palabra o del don de la acción.
Todo para Gloria de Dios
El punto final de este texto y mi punto final de esta mañana, es que el objetivo de todos los dones espirituales es “para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo” (v. 11). Esto quiere decir que para que se pueda mostrar su gloria, Dios nos otorga los dones dándonos la fe para ejercitar dichos dones. Él quiere que nosotros y el mundo nos maravillemos en Él y que comprendamos su grandeza. La maravillosa realidad de Dios lo comprende todo " de Él, por Él y para Él son todas las cosas" (Romanos 11:36). Y no hay nada más maravilloso, nada que nos brinde mayor regocijo, que tenga más significado y nos de mayor satisfacción que encontrar nuestro pequeño nicho en el despliegue eterno de la gloria de Dios. Nuestro don puede parecer pequeño, pero tiene una enorme proporción ya que forma parte de la revelación de la infinita gloria de Dios.
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

265. ¿Qué lugar ocupa la Confirmación en el designio divino de salvación? (1285-1288; 1315)

En la Antigua Alianza, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado y sobre todo el pueblo mesiánico. Toda la vida y la misión de Jesús se desarrollan en una total comunión con el Espíritu Santo. Los Apóstoles reciben el Espíritu Santo en Pentecostés y anuncian “las maravillas de Dios” (Hch 2,11). Comunican a los nuevos bautizados, mediante la imposición de las manos, el don del mismo Espíritu. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha seguido viviendo del Espíritu y comunicándolo a sus hijos.

266. ¿Por qué se llama Confirmación o Crismación? (1289)

Se llama Confirmación, porque confirma y refuerza la gracia bautismal. Se llamaCrismación, puesto que un rito esencial de este sacramento es la unción con el Santo Crisma (en las Iglesias Orientales, unción con el Santo Myron).

267. ¿Cuál es el rito esencial de la Confirmación? (1290-1301; 1318; 1320-1321)

El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma (aceite de oliva mezclado con perfumes, consagrado por el obispo), que se hace con la imposición de manos por parte del ministro, el cual pronuncia las palabras sacramentales propias del rito. En Occidente, esta unción se hace sobre la frente del bautizado con estas palabras: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”. En las Iglesias Orientales de rito bizantino, la unción se hace también en otras partes del cuerpo, con la fórmula: “Sello del don del Espíritu Santo”.

268. ¿Cuál es el efecto de la Confirmación? (1302-1305; 1316-1317)

El efecto de la Confirmación es la especial efusión del Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés. Esta efusión imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal; arraiga más profundamente la filiación divina; une más fuertemente con Cristo y con su Iglesia; fortalece en el alma los dones del Espíritu Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana.

269. ¿Quién puede recibir este sacramento? (1306-1311; 1319)

El sacramento de la Confirmación puede y debe recibirlo, una sola vez, aquel que ya ha sido bautizado. Para recibirlo con fruto hay que estar en gracia de Dios.

270. ¿Quién es el ministro de la Confirmación? (1312-1314)

El ministro originario de la Confirmación es el obispo: se manifiesta así el vínculo del confirmado con la Iglesia en su dimensión apostólica. Cuando el sacramento es administrado por un presbítero, como sucede ordinariamente en Oriente y en casos particulares en Occidente, es el mismo presbítero, colaborador del obispo, y el santo crisma, consagrado por éste, quienes expresan el vínculo del confirmado con el obispo y con la Iglesia.
La Confirmación fortalece en nosotros las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo. De tal manera que esos dones, fortalecidos y revitalizados por medio de este Sacramento, nos asisten para poder cumplir mejor nuestras responsabilidades cristianas.
A través de la confirmación se contempla, se profundiza y se fortalece la obra del Bautismo. El bautizado se vigoriza con el don del Espíritu Santo, logrando un arraigo mas profundo en la filiación divina, uniéndose más a la Iglesia y haciéndose partícipe de su misión.
A partir de la confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos en adelante llevar una vida cristiana más perfecta, más comprometida. Es el sacramento que marca el tránsito a la “madurez cristiana”, y nos hace capaces de convertirnos en auténticos testigos de Cristo.
El cristiano adulto es quien sabe a sumir sus deberes y compromisos en el seno de la Iglesia, y por ello toma parte más activa en la edificación del Reino de Dios. Por la efusión del Espíritu Santo, el creyente que ha recibido el sacramento de la Confirmación es capaz de “hacer un altar” en cualquier actividad de su vida diaria. Sobre ese altar, él mismo se une al sacrificio de Cristo para introducir en el mundo el Amor del Padre. Así, el Espíritu de Dios se manifiesta en el cristiano a través del testimonio activo, y lo hace progresar hacia la Eucaristía, que es el culmen y vértice, la cima o cumbre del Misterio de nuestra Redención.
La misión del confirmado
En el día de Pentecostés, los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado. Creyendo que todo había sido en vano, se encontraban tristes, desanimados... De repente, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y quedaron transformados: A partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar por todo el mundo, conforme al mandato de Jesús. (Mt 28,19-20)
Aunque muchas veces, lamentablemente, no tomamos conciencia clara de ello, la Confirmación es nuestro “Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos, pero en la Confirmación, al descender el Espíritu de Dios sobre nosotros, Él mismo se hace presente ante su pueblo, con toda su fuerza y su poder.
Por medio de la Confirmación, el cristiano católico “es enviado al mundo” como apóstol, para desempeñar una misión especial, que consiste en transmitir nuestra fe y nuestra doctrina a los demás, a través de la vida de servicio que se practica en el apostolado, siendo testigo de Jesucristo con la palabra y con nuestro ejemplo.
Naturalmente que para cumplir esta misión como es debido, hace falta que nos esforcemos primero por conocer nuestra fe lo suficiente como para poder vivirla plenamente, para comunicarla y defenderla cuando sea preciso.
El Sacramento de la Confirmación es pues, además de un signo visible que transmite la gracia y el poder de Dios, un gran compromiso: un urgente llamado a desempeñar una misión en el nombre de Dios, en favor de la Iglesia y para bien del mundo. A través de la Confirmación, Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios, nos da los medios para ayudarle en la misión que el Padre le encargó a Él mismo: la de dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para hacer visible, en donde estemos, Su infinito amor y Su misericordia.
Presupuestos Pastorales
Como hemos manifestado, la Confirmación es un sacramento íntimamente unido al del Bautismo. Es una especie de “desdoblamiento” de éste en la medida en que se trata del bautismo en el mismo Espíritu, con el que fue ungido Jesús. Recordemos que Él mismo dijeo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres...” (Lc. 4, 18).
La unción de Jesús, en continuidad con la unción de los reyes del Antiguo Testamento, le capacita para ser el defensor y el salvador de los pobres (ver Sal 72,1-75). Luego Él comunica su mismo Espíritu a los Apóstoles en Pentecostés (ver He 2, 4). Y ellos, a la vez, lo comunican a los creyentes.
El sacramento de la Confirmación nos conduce a la participación activa en la dinámica comunitaria y misionera de la Iglesia. Y es tarea de la catequesis previa, en preparación para recibir este Sacramento, el subrayar esta conexión de la Confirmación con el Bautismo, y remarcar las responsabilidades que su recepción conlleva.
Esto supone también que la comunidad sea capaz de “hacerle un lugar” al confirmado, de reconocer la acción del Espíritu Santo sobre él, de darle voz y responsabilidades en el interior de la comunidad, de escucharle y de valorar sus aportaciones. Esta sería una buena manera de incentivar su participación en el compromiso misionero, que exige que la comunidad no esté cerrada sobre sí misma, sino que viva abierta al mundo para que el don de Dios, que hay en ella, llegue a la vida de todos.
El sacramento de la Confirmación comunica en plenitud al Espíritu Santo, que es el Espíritu de los tiempos nuevos, y ahora debemos ser testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo.
Se trata del Espíritu que impulsó a Jesús a anunciar el Evangelio a los pobres y a liberar a los cautivos. No se puede reducir la acción de este Espíritu a un ámbito intimista e individual.  Ciertamente que es necesario incrementar la intimidad de la relación personal con Dios, pero recordando siempre que el ámbito de acción es la realización de los valores evangélicos en la historia de los hombres.
Para ello es preciso recordar siempre que el Reino que Jesús anunció no sólo está reservado para la vida después de la muerte, sino que debe comenzar a manifestarse también aquí y ahora, haciendo surgir comunidades en las que la justicia y la comunión (es decir la verdadera unión común) no sean sólo una promesa de un futuro para muchos incierto, sino una realidad presente y creciente. Todo lo que hay de justo y de bueno en la Iglesia, procede de la acción de ese Espíritu.
El Espíritu Santo impulsa una vida nueva en favor de la justicia, tanto en el bautizado-confirmado como en la comunidad eclesial toda.
Los signos que confirman la presencia de la vida nueva de Dios en el mundo son las obras de la justicia al servicio del amor; obras que nacen del Espíritu de Jesús, que impulsa a través de sus amigos la construcción del Reino.
El Signo: La Materia y la Forma
Así como la materia primordial del Bautismo, que es el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia, que es el “santo crisma”, significa fuerza y plenitud.
El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosas: para curar heridas, a los deportistas y a los gladiadores se les ungía con el fin de fortalecerlos; también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unida al nombre de “cristiano” que, además de “pequeño Cristo”, significa “ungido”.
El “santo crisma” es una mezcla de aceite de oliva con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser hecha en la frente. 
La forma o fórmula de este sacramento, es decir, las palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos, dice: “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (CIC Nº 1300). La cruz es el arma con que cuenta un cristiano para defender su fe.
La Institución de la Confirmación
El Concilio de Trento declara que la Confirmación es un sacramento instituido por Cristo, aunque los protestantes lo rechazaron porque -según ellos- no aparecía en las Sagradas Escrituras el momento preciso de su institución. Y es que, en rigor, las Escrituras narran diversos sucesos relacionados con esto, como la primera visita de Jesús a sus discípulos después de su Resurrección. (Jn 20,22).
Sin embargo, sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo, y como vemos en el Nuevo Testamento, la imposición de manos de parte de los Apóstoles (como un signo) fue muy frecuentemente sucedido por una serie de gracias extraordinarias para quienes la recibieron.
Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias –de parte de los profetas, como Jeremías, Ezequiel e Isaías— sobre la acción que tendría el Espíritu de Dios en la época mesiánica (es decir, en nuestros tiempos); y nuestro propio Señor Jesucristo anunció reiteradas veces la una venida del Espíritu Santo para completar su obra. (Ver particularmente el Evangelio según San Juan, Capítulos 14 a 17).
Estos anuncios, así como la gracia operante en diversas circunstancias posteriores a los bautismos, nos indican claramente la existencia de un sacramento distinto del Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el “Don del Espíritu Santo”, destinado a complementar la gracia recibida por los primeros cristianos en el Bautismo.
Así, podemos leer, por ejemplo, lo siguiente: “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén, de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8,15-17; 19,5-6).
La edad requerida para recibir la Confirmación
En el canon 891 del Código de Derecho Canónico se recomienda que la persona que vaya a recibir este Sacramento esté “en torno a la edad de la discreción de juicio, salvo que la Conferencia Episcopal determine otra edad...” La edad de la discreción de juicio se suele interpretar como equivalente a otra expresión, también de uso clásico, que es la de “la edad del uso de la razón”, de manera que se usan ambas expresiones casi en forma indistinta.
Se debe añadir, además, que no se exige una discreción de juicio específica para la confirmación, sino la discreción de juicio común. Sólo hay que comparar este canon con el canon 1095, inciso 2, en el que se ve que se exige una discreción de juicio específica para el Sacramento del Matrimonio. Se puede observar, en este caso, que la discreción de juicio para el matrimonio se considera distinta del hecho de haber alcanzado el uso de razón (canon 1095, 1º).
Por lo tanto, se puede concluir afirmando que para que la recepción del sacramento de la confirmación sea lícito se requiere que el sujeto haya alcanzado la edad de la discreción de juicio, es decir, los siete años, aunque ésta se podría denegar si se comprueba efectivamente que el sujeto que ha cumplido los siete años, no ha alcanzado el uso de razón.
De todas maneras, el canon 891 remite a la legislación de desarrollo que puedan promulgar en esta materia las diferentes Conferencias Episcopales. Atendiendo a esta prerrogativa, muchas Conferencias Episcopales han legislado, o han adoptado el uso de establecer la edad de entre 14 y 15 años para la recepción de este Sacramento.
Si bien en la tradición latina se considera que existen tres sacramentos de iniciación cristiana, que, por orden, son el bautismo, la confirmación y la eucaristía, en muchos países, se ha alterado ese orden y actualmente se recibe primero el Bautismo, luego la Eucaristía y finalmente la Confirmación, suponiendo la confirmación como el punto culminante del proceso catequético del fiel, en vez de serlo la Eucaristía.
Con este procedimiento, ahora los fieles no terminan su iniciación cristiana recibiendo al Señor en la Eucaristía, sino recibiendo al Espíritu Santo, lo que supondría una verdadera confirmación en el camino que se inició con el bautismo. Aún es pronto para observar la trascendencia de esta práctica en la formación del pueblo cristiano.
Todo lo dicho en esta nota se refiere a la administración ordinaria o más común del sacramento de la confirmación: la práctica cristiana inmemorial, confirmada por el vigente Código de Derecho Canónico, es la de considerar válida la administración de la confirmación a cualquier edad. Actualmente es posible administrar la confirmación incluso a una persona que no haya adquirido el uso de razón, si se encuentra en peligro de muerte. (Cfr. Canon 889 inciso 2 y canon 891).